Hacer de una pequeña nave dos despachos profesionales, uno para la psicóloga infantil, con aseo y sala de espera, acceso público desde la calle y privado desde el jardín, y otro, para el director de cine, con acceso sólo desde el jardín.
Como en un juego de magia, donde había uno, aparecieron dos. La nave se convirtió en cabaña. Se metió el sol. Se multiplicaron los accesos. Se modificó la escala. De la chistera salió una «casita de madera» que niños y mayores sienten a su medida.